Blog de contracorrección irreflexiva sobre antiquehaceres parartísticos

jueves, 22 de diciembre de 2011

El fin del mundo


¡Qué estupor! ¡Qué temblor!

Esta semana he podido corroborar que estamos al borde del final, en el límite de la transformación, en el vórtice de una conjunción cósmica que tan solo puede desencadenarnos temibles fatalidades. Los mayas tenían razón: el mundo se aproxima inexorablemente hacia un final teñido en rojo. Más no en el escarlata de la carne reventada (tal vez quemada), sino en el de las ideas destripadas, en el de las entrañas ideológicas pisoteadas, amalgamadas en el fragor del pensamiento único, de la molicie mental, del laminado psicológico definitivo.

¿Tengo pruebas? ¿Puedo sostener estos vaticinios apocalípticos sin ponerme colorado? ¿Puedo permitirme el devaneo quiliástico a estas alturas? Por supuesto. Puedo y debo. Puedo y sé.

Soy profesor universitario. Trabajo con jóvenes, con la semilla del mundo futuro, con las promesas de lo que habrá de ser, con aquellos que deben construir la sociedad del mañana sobre las miserias del presente. Debieran ser mejores que yo, más grandes que yo, más avanzados que yo, más inteligentes que yo e incluso más reivindicativos que yo. Pero no. Sus objetivos quedan cancelados en la noñería de la "vida feliz" glaseada con "un buen trabajo", "un buen piso", "un buen sueldo". Ahí mueren las expectativas. No hay debate que concluya de otro modo: encogimiento de hombros. Así son las cosas. Prostitución mental. "No estoy dispuesto a morir por aquello en lo que creo"

Los jóvenes se han hecho viejos antes de tiempo -quizá nacieron así- y la senectud ha triunfado. Es la victoria de décadas de manipulación ideológica y perversión psicoeducativa. Los jóvenes han muerto a manos de la ancianidad de supuestos popes intelectuales que les han conducido al desastre absoluto (no repetiré sus nombres aquí pues no deseo incurrir en blasfemia). Por cada mozo con perspectiva y horizontes que aparece, nacen nueve deglutidores de donuts adocenados que no ven más allá de sus narices. Que defienden las cosas que defendería mi padre (o cualquiera de su edad), que me transforman a diario en un radical, que no entienden mi sed de libertad y de progreso, que creen que la verdad podría surgir cristalina tras las opacidades del tormento, la tortura, la mano dura y el garrote vil. Que quieren cambiar el mundo sin conocerlo y pretenden vivir negando a los demás lo que desean para ellos mismos. Que hablan de libertad mofándose del derecho y creen que lo justo es aplastar al inviduo para el beneficio del colectivo. Que quieren ponerle al monte todas las puertas posibles: "Tu libertad termina donde empieza la mía"... ¿Se puede ser más doctrinario? ¿Más dogmático? ¿Más totalitario?

Los jóvenes han envejecido y el mundo en el que creímos alguna vez, se acaba. Se muere antes de nacer. Ha quedado sepultado bajo toneladas de estulticia. Bajo tiendas de campaña polvorientas en una plaza. Podrido en las habitaciones mugrientas de un hotel ocupado que quiso ser comuna libertaria y quedó en poco más que vertedero físico y psíquico. Clausurado en cientos de asambleas inútiles. Bajo el peso de millones de ideas infrautilizadas y de quintales de energía disipada, desperdiciada, domesticada, momificada, a la que algún optimista antropológico quiso llamar "revolucionaria" (¿se puede ser más ciego?). Triste revolución esta que ha terminado por dar la razón a sus más odiosos detractores.

Y es que, al final, he terminado por descubrir la verdad. Triste. Dura. Depresiva. La mayoría de los jóvenes ya no quiere la revolución: Simplemente quiere una hipoteca.

Es el fin del mundo... Feliz -¿última?- Navidad.


2 comentarios:

  1. No creo que sea el fin del mundo, sólo es el hecho de que este ciclo o generación, por decirle de alguna manera, está tan desgastado que ya empieza, como usted bien dice, a morir.
    De alguna forma, los viejos han implantado en sus hijos sus mismas ideas, y así sigue el ciclo de la "vida feliz".
    ¿Hay que dejarse rendir por la mayoría, que suele ser tan burda y trivial?

    P.D. Feliz Navidad
    Reitero, me parece solamente un ciclo que muere, conllevando a toda la gente que se a autoincluido en él.

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  2. Hermano, se abre un nuevo año, tan polvoriento y rancio que es verdad que dan ganas de empezar por el final. Y encima dice que no nos quedará ni la literatura...

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