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jueves, 13 de diciembre de 2012

Dos horas con Rouco Varela


Larguísima, porque le sobra media hora larga... Bueno está.

Aburridísima, porque cuando se pasan los primeros cuarenta y cinco minutos, durante los que el discurso en plan fábula -claramente inspirado en otras narraciones como AmelieLa Ciudad de los Niños Perdidos e incluso La invención de Hugo- resulta muy interesante, cae en el más tremebundo sopor... Vale.

Fotografía excelente. Quizá demasiado maqueada con técnicas infográficas, pero estéticamente muy lograda... Menos mal.

Música preciosa y, de hecho, lo mejor del evento... Otro puntito a su favor.

Bien construida desde el punto de vista cinematográfico, porque todos nos hacemos cargo de que llevar la metafísica a imágenes no es cosa sencilla y hemos de mostrarnos comprensivos con el reto... Perfecto.

Todo lo daría por bueno -incluso el tedioso metraje- excepto su insufrible pretenciosidad. En el minuto diez de la historia Ang Lee nos promete un relato extravagante, retorcido y maratoniano al final de la cual nos encontraremos nada menos que a Dios. El Gran Jefe. El Alma Mater del cotarro éste. El Menda Lerenda. El Supremo Hacedor. El Supertipo.

Casi nada.

Luego, tras una hora de bote, de tigre, de mar, de bote, de tigre, de mar, de tigre, de bote en bote, y de mar salada (y algún pececito)... Ni Dios, ni nada. Y encima, llegado el cuarto de hora final durante el que esperas mirando el reloj sin cesar que todo llegue a su fin, el cachondo mental de Ang Lee -que no lo tiene claro y tampoco es para menos-, se dedica a destripar su propia creación para explicarnos la película pues da por supuesto que somos estúpidos y no la hemos entendido.

Igual con Rouco el sermón de la montaña éste hasta habría quedado gracioso por descacharrante.

La insufrible vida de Pi. Amén Jesús.

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