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sábado, 12 de febrero de 2011

Domesticación emocional (II): El mundo tras la escena


Lo grave es esto, hermano Biedma: Estamos perfectamente resignados a la convicción de que el mundo siempre ha sido como es y no lo vamos a cambiar ahora.

Tras toda gran conquista social se esconde un gran fracaso y es, precisamente, que los conquistadores nunca han sido lo suficientemente hábiles como para evitar que los otros puedan reconducir tales logros a su antojo para llevarlos justo al sitio que más les ha convenido. De hecho, es ahora menos que nunca que podemos transformar el estado de cosas vigente porque, mirad, nos han convencido con extraordinario éxito de que cualquier otro será siempre peor.

Hoy todo es radicalmente diferente a lo que aconteció en el pasado porque ha cambiado algo que antes permanecía: nosotros. Y no es sólo que aceptemos la injusticia o la falta de igualdad y de libertad sin pestañear, sino que nos han enseñado a comprender, asumir y creer, desde nuestros más tiernos días de pupitre y colegio, que es perfectamente razonable que sería atentar contra el sentido común pensar en cualquier otra forma de hacer las cosas. Por eso aceptamos con total normalidad que nuestras condiciones de trabajo tengan que ser las que son, que el auténtico enemigo es el compañero de al lado porque inevitablemente tratará de movernos la silla, que nuestra retribución tiene que ser escasa porque, a pesar de que arrimamos mucho el hombro (o nos implicamos, como se suele decir), ocupamos los puestos más bajos y fáciles de cubrir del escalafón, que la permanencia en nuestro empleo no dependa en ningún caso de la propia competencia sino de los designios insondables de quienes tenemos por encima.

Y no sólo esto. Encima vivimos agradecidos por tener un trabajo con el que poder pagar la hipoteca y las facturas, por lo que no nos planteamos ni la más mínima tentación de rebelarnos ante las injusticias diarias pase lo que pase y caiga quien caiga. Estamos dispuestos a aceptar que se acose a compañeros, que nuestras compañeras ganen menos dinero por el mismo trabajo, que se nos trate a patadas llegado el caso, que se despida a alguien injustamente e incluso que nuestros superiores sean unos completos incompetentes y, aún así, nos den órdenes, nos mangoneén, nos exijan cientos de chorradas.

Hay que aceptarlo: Nos han castrado al punto de que en muchas empresas hoy en día ya ni existe un comité, una voz discordante, o alguien mínimamente autorizado para elevar quejas sin temer las consecuencias sobre las condiciones en que desarrollamos nuestro trabajo y obtener, con ello, algún resultado. Cómo iba a ser así cuando los sindicatos y los sindicalistas son otra de las partes beneficiadas por el vigente statu quo. ¿O acaso creéis que los sindicatos viven de las cuotas de sus afiliados? Si así fuera, hace décadas que el sindicalismo y todo su ecosistema de progres lenguaraces y falsos se habría extinguido.

Así es que nos pasamos el día rodeados de compañeros de desdichas con los que hablamos de estas cuestiones en la escasa intimidad de la hora del desayuno, si es que la tenemos, pero somos perfectamente conscientes de que estas charlas son simples aliviaderos y que, llegada la hora de la verdad, estaremos completamente solos ante las circunstancias porque nadie levantará un dedo para ayudarnos. Y entonces no nos quedará otra que sumirnos en una espiral de demandas, juicios, abogados, recursos y años de esfuerzos, penurias y tal vez claudicaciones hasta que logremos que nos den la razón -si es que podemos permitirnos el lujo de aguantar los imponderables económicos y temporales de los pleitos. O no.

Parecería que la carrera hacia la consecución de los derechos del trabajador y el estado del bienestar ha sido una epopeya de luchas, manifestaciones, revoluciones, broncas, palos, bombas, tiros, muertos y heridos absolutamente paradójica; ya que al fin lo hemos alcanzado, lenta pero inexorablemente, han comenzado a desmontarlo con nuestra anuencia, respeto y más distinguida consideración. Y más opio: a la mayoría os han convencido de que todas estas desgracias se tratan de un mal necesario e incluso menor que alguien –por ahí arriba- arreglará. Bendita inocencia. Si eres tan iluso como para suponer que los políticos –sea cual fuere su color- te van solucionar la papeleta estás mucho más domesticado de lo que pensabas. Este sistema de poltronas, representaciones, despacheos y cambalaches que se han inventado es un pozo de embusteros, una sopa boba y una engañifa. Poco más.

Cada determinado tiempo cambiamos las caras de los que mandan, pero todos mandan las mismas cosas y lo único que cambia son los estilos. Además, ellos simplemente son los que ponen el rostro porque tampoco son manejan el cotarro de verdad. Son los títeres que ocupan el escenario y  que llaman nuestra atención para que no podamos ver a la gente que mueve los hilos desde la tramoya. 

El mundo, amigo, no es la escena. Entérate.

1 comentario:

  1. Hermano, dices que: "nos han enseñado a comprender, asumir y creer, desde nuestros más tiernos días de pupitre y colegio, que es perfectamente razonable que sería atentar contra el sentido común pensar en cualquier otra forma de hacer las cosas."

    Y, casi siempre, así me lo parece a mí también, excepto en aquellos casos en que no sólo aceptamos sino que, ya programados, nos convertimos en voceros entusiastas de este "mundo nuevo y feliz"

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