Blog de contracorrección irreflexiva sobre antiquehaceres parartísticos

sábado, 29 de enero de 2011

Domesticación emocional (I): ¿Qué narices pasa aquí?



Por supuesto hermano Biedma. Qué narices.

Si eres una persona medianamente observadora, seguro que te has dado cuenta de que algo no marcha del todo bien en tu lugar de trabajo. Has visto como, de un tiempo a esta parte, todas las reuniones que mantienes con sus superiores, especialmente cuando se van a tratar cuestiones peliagudas para el futuro de la empresa, de algún compañero, de la sección, del departamento o cualquier otro tema laboral de especial relevancia, siguen un patrón estandarizado: ambiente correcto, a menudo amable, buenas palabras, muchas sonrisas, buen rollo en general, empatía por doquier... Ni una palabra más alta que otra. Habrás comprobado que hay en estas reuniones fórmulas verbales que se reiteran una y otra vez hasta alcanzar el rango de tópicos sin significado alguno. Frases del tipo todos estamos en el mismo barco, somos una gran familia, todos cumplimos una función de gran importancia para el resto, tenemos que implicarnos en cuerpo y alma para lograr el objetivo común y otro largo etcétera de sentencias sobadas que han llegado a convertirse, a fuerza de repetirse hasta el aburrimiento, en todas partes en los mantras del mundo empresarial del nuevo milenio.

Implicarse. Menudo fiasco, ¿verdad, hermano?

Claro. A la par que todo esto sucede y que tus superiores te agasajan en reuniones, comidas de empresa y otros eventos al uso con toda suerte de detalles emotivos, confeti paternalista, ánimos, palmaditas en la espalda, buen trato y pretensiones empáticas leídas malamente en librillos de psicología parda, observas estupefacto que sigues percibiendo los mismos beneficios materiales –quizá menos- de siempre. Que cada vez trabajas más horas por el mismo –o menor- salario a la par que gozas de menos tiempo libre para emplearlo en eso que realmente te apetece hacer. Que cuanto más se habla de conciliación de la vida familiar y laboral lo tienes más complicado para organizar las tareas domésticas o, simplemente, para pasar media hora diaria más con tus hijos, con tus padre,s con tu pareja, con tus amigos o con tu perro. Que los mandamases se funden los beneficios en gastos de representación a cargo de la empresa, tienen mejores coches que el tuyo, ganan tres veces más que tu trabajando muy a menudo la mitad de horas (amparándose en esa historieta de la responsabilidad), van y vienen sin dar ni una de esas explicaciones que a ti se te exigen constantemente, desaparecen durante días enteros –e incluso semanas- y que, muy a menudo, tampoco se tiene una idea demasiado clara de qué clase de trabajo desempeñan en sus atalayas si es que hacen alguno aparte de administrar sus responsabilidades desconocidas (si tenéis bronca con ellos no les digáis esto último... Todavía tendrán el morro de llamaros "demagogos").



Más todavía. Si aparte de observador eres un buen razonador que se ha planteado la cuestión precedente, también es seguro que habrás pensado en otras no menos inquietantes que tal vez –supones- sería mejor no tratar de responderse. Así por ejemplo: ¿por qué a menudo me llevo peor con mis compañeros que con mis jefes? ¿Por qué tengo más miedo del señor o de la señora que se sienta en la mesa de al lado que de cualquiera de mis superiores cuando la lógica de la situación impone que debería suceder justo lo contrario? O esta otra... ¿Por qué cuando las cosas se tuercen los primeros en ser despedidos son los trabajadores de base cuando no son responsables de las decisiones que han causado el desastre? Al fin y al cabo, ¿acaso no habíamos quedado en que los de abajo recibían menos emolumentos porque tenían una menor responsabilidad empresarial? O esta... ¿Por qué en lugar de congelar los salarios a los de abajo, no se reduce los estratosféricos sueldos y colosales gastos de los de arriba? ¿No sería esto último lo justo y coherente para mantener a flote el dichoso barco en el que navegamos todos cuando los vientos no son propicios? Y más: ¿por qué a menudo los que mandan son menos competentes que yo o cualquier otro compañero al que considero sobradamente capacitado para llevar las cosas mucho mejor? O bien: ¿por qué para progresar con garantías de éxito en el mundo de la empresa moderna hay que ser un pelotillero y un trepa? ¿Acaso no habíamos quedado en el colegio en que esto es una meritocracia y que si te lo trabajabas bien podrías llegar a donde quisieras en la vida?

Sea como fuere, te hayas respondido a las preguntas precedentes o no, es seguro que  ya has sacado tus propias conclusiones sobre tanta película de barcos, remos y galeotes como te toca visionar a lo largo del año y que, sumariamente, pueden resumirse en una: tanto buenrollismo es un simple cuento chino del que se valen los de arriba para mangonear, ningunear y explotar con buenos modos a los de abajo... Eso, claro, cuando hay buen rollo y buenos modales, que no siempre son los que nos gobiernan en el trabajo tan majos, ni nos hacen tanta gracia. Vale. Comprendo que ya sabes todas estas cosas y que no he dicho nada nuevo hasta este punto. Lo asumo. Tan sólo te voy a pedir algo: creo que tengo algo que decirte con respecto a todo esto y a otros muchos asuntos que explican los cómos y los porqués de la sociedad domesticada y adocenada en la que vivimos…

¿Te interesa leerlas?

3 comentarios:

  1. Trabajo en un sector en el que nos bombardean con presentaciones en las que se les llena la boca a ellos y a nosotros las pantallas con frases como "Contigo somos más". Yo me planteo esas y muchas otras preguntas, sobre todo cuando lees los beneficios NETOS obtenidos por la compañía y luego miras tu nómina, que la mayoría de los meses no tiene más de 3 cifras. Hasta el coño estoy de que me hablen de MI oficina y de contestar que mío si acaso hay algún bolígrafo olvidado. De que exijan un nivel de compromiso unidireccional (de abajo hacia arriba) y que tenga que estar incondicionalmente agradecida porque me dejen, por ejemplo, faltar un día al trabajo para velar a mi tío muerto.
    Llevo dos o tres años escribiendo el email que quiero y enviando el que debo. Teniendo reuniones en las que "la situación es la que hay" y que debemos hacer un esfuerzo extra para salir adelante, aunque el paso adelante sea la cola del paro si no salen los números.
    Llevo varios días con una frase en la cabeza, creo que detesto mi trabajo desde que empecé a apretar con más fuerza los dientes que la mano de mis clientes.

    Y me callo que me caliento.

    Abrazos de buen rollo para compensar tanta mala uva.

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  2. Joder, Francis, copón.
    ¿Qué si quiero leer esas disquisiciones sobre el presidio laboral y lo que lo rodea?

    Por supuesto que quiero; es más, hay un clamor a mi espalda de la gente que quiere leerlas.

    ¡¡Vamos!!

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  3. si señor ¡VAMOS! sigue, aunque todos conozcamos como se las gastan esos impresentables con jeta granítica, es bueno seguir diciéndolo en todos los foros , espacios y facebuuckes...por ver si ya estalla de una vez este absceso que me come las entrañas.

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