Blog de contracorrección irreflexiva sobre antiquehaceres parartísticos

viernes, 3 de septiembre de 2010

PACIENTE CERO (X)

Las semanas siguientes a la adopción fueron el paraíso.

No sólo por la comida decente, la atenta sirvienta filipina, la habitación abuhardillada equipada con baño propio y todas las maravillas tecnológicas que cupiera imaginar, o la magnífica biblioteca del nuevo instituto para niños bien en que le matricularon. Lo fueron sobre todo por las cálidas atenciones de Mila.

Al principio sólo fue un intempestivo colarse entre las sabanas a mitad de la noche. Luego, cuando la mocita compartió con él las maravillas de aquel libro sobre asesinos en serie escrito por un insignificante y desconocido profesor universitario, el asunto fue a mejor. Cuesta abajo y sin frenos. Había entre las páginas del libelo un enorme cuadro en el que se desglosaba una treintena o más de parafilias con las que ir practicando, y Mila, que quería llevar la voz cantante –siempre se las ingeniaba para mangonear a su gusto en todas y cada una de las cosas que emprendía-, decidió que las desarrollarían una a una, por estricto orden alfabético.

La chica, por ser mayor, iba de lista y a él de momento le convenía ir de de tonto.

Se habían quedado bloqueados en el braquioproctosigmoidismo.

El rollo anal la volvía loca.

No era lo que más le gustaba a Fear, pero ya habría tiempo de ir más lejos. Tenía claro que en ciertas cuestiones no conviene precipitar los acontecimientos. Especialmente cuando el viento sopla a favor.

Mami, ocupadísima como estaba en tirarle los tejos al profesor de tenis, vivía entre la orgía de la raqueta y la inopia acerca de las Mil y Una Noches que se sucedían en la buhardilla. Por otra parte, la profesora de la niña, sin duda resignada al despecho, hacía días que no les bloqueaba el teléfono a todas horas. A lo mejor –suponía inútilmente esperanzada- todavía era posible reconducir a la descarriada.

De papi, ni noticia, lo cual tampoco era noticiable.

El paradero del padre de Mila no era un tema del que se hablara a menudo. De hecho, no era motivo de conversación en ningún caso y a Fear el asunto, precisamente por haber sido desterrado a ese oscuro limbo de los secretos familiares, le procuraba una enorme fascinación. No había fotografías. No había recuerdos. No había objetos. Llegó incluso a hurgar en todos los armarios y recovecos de la casa en busca de alguna prenda de vestir masculina sin éxito. La idea de que se pudiera borrar a un progenitor de la faz de la tierra sin tener que despanzurrarlo previamente era algo con lo que Fear nunca había contado.

Era un misterio insondable que su ceguera emocional no podía comprender.

© Biedma & Francis P.
 

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