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viernes, 16 de julio de 2010

PACIENTE CERO (IX)


Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana.

Mientras los triunfadores son despedidos con honores en la puerta principal, las ladillas se deslizan subrepticiamente por el ventanuco del sótano.

Por allí había salido el antiguo torturador de Fear, ahora conocido por todos como el tuerto, a primera hora de la mañana.

Su estrella no había hecho más que declinar desde el episodio de la violación -tanto como había ascendido su odio por Fear-, hasta el punto de terminar perdiendo él mismo su virginidad a manos de sus antiguos secuaces; desfloración que ni siquiera habían ejecutado a pelo, como él secretamente ansiaba, sino usando el cabo de una vieja escoba; fue éste último detalle el que terminó de agriarle el carácter.

Ahora, tras puentear un Seat Sarkozy, observaba como su enemigo subía al cuatroporcuatro más pijo del mundo, dotado incluso de una subyugante jovenzuela de pelo morado.

Observaba y tramaba su venganza.

Mientras, mordisqueaba el cadáver de una rata que había llevado consigo.

Arranca lentamente, permitiendo al todoterreno ganar distancia, y entonces advierte algo curioso; un viejo armado con una cámara fotográfica enorme, bastante antigua, sale corriendo del pinar aledaño a la carretera y sube a toda prisa al Opel Merkel cascadísimo que parecía esperarle en la cuneta y en el que antes no había reparado. Adelanta al coche y mira por el retrovisor.

Hay otra anciana al volante.

El Merkel se les ha calado.

Antes de perderlos de vista, observa que el viejo del principio hace aspavientos.


© del texto: Biedma & Francis P.

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