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sábado, 26 de mayo de 2012

Intermedio: "Las malas artes"


El director de la Revista Quadernos de Criminología -y buen amigo hasta que él quiera-, Carlos Pérez Vaquero, me hizo llegar hace unos días esta breve pero magnífica perla repleta de curiosidades y detalles que destila un profundo conocimiento del mundo de la pintura del que, me consta, es un apasionado.

El libro -librito por su tamaño y extensión, que no por su excelente contenido- se lee casi de un tirón, y es de los que me gustan porque induce a la reflexión, siendo de los que hace levantar la cabeza cada dos o tres párrafos para pensar en un matiz, replantearse una singularidad y atar un viejo cabo suelto. Así, entre idea e idea, se va llegando a un final indeseado pero inexorable. De esos que suscitan mayor interés por cuanto conducen a ulteriores investigaciones. De hecho, me he sorprendido tomando notas para, poco después de la lectura de estas malas artes, revisitar viejos cuadros, hugar en los buscadores tras aquella ilustración que aclara la incógnita. Y así, rememorando aquel cuadro del que solo quedaban memorias borrosas, me he visto escarbando en viejas torres de libros hacía tiempo olvidados tras el detalle biográfico, la circunstancia singular y el aspecto que alumbra esta o aquella afirmación.

Desfilan por sus páginas muchos de los grandes maestros y sus visiones del crimen, de la cárcel, de la pena de muerte, del holocausto. Los de mala vida como Caravaggio y Gericault. Los más singulares como Pironesi. Los geniales como Rembrandt. Los excéntricos y malditos como Walter Sickert. Todos aquellos que se atrevieron a convertir en obra de arte, encarnando la reclamación de Thomas de Quincey, los aspectos más deleznables, terribles y depravados de la naturaleza humana bajo una consideración modernísima que sólo tras siglos de modernidad empezamos ahora -dicen que en la "posmodernidad" quienes ya saldan el pasado sin cuadrar sus cuentas- a asumir en todas sus dimensiones: que de humanos, también, es el crimen. Que las personas aman, lloran, ríen, crean, trabajan, duermen, comen... pero también delinquen, matan y mueren.

Las malas artes es, pues, un libro que interesará a criminólogos, pensadores, humanistas y aficionados al arte por igual. Un texto de contextos, guía con cierto sabor iniciático, único en su especie, inspirador, de prosa tan sobria y contenida como elegante, muy accesible e interesante y por el que no sólo debe felicitarse a su autor, sino por el que también debiéramos felicitarnos los lectores.

Solo una "pega", amigo Carlos: Sabe a poco.

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